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Opinión

La guerra

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Al principio de su libro “El Cerebro de Broca” (1979), Carl Sagan explicó algo que me tiene convencido: el fanatismo del fútbol americano (y otros deportes, ya lo vemos) se debe a una metáfora social: los equipos son dos ejércitos en guerra, cada uno luchando en representación de sus partidarios y al final el marcador no define el triunfo de un equipo, sino la victoria de su fanaticada sobre la contraria. No es mala idea como alternativa a la guerra; ninguna lo es.

A finales de la década de 1960 surgió un movimiento juvenil mundial contra los modelos de vida de entonces. Una manifestación de gran influencia fue el hipismo de California, que condenó la invasión de Estados Unidos en Viet Nam. Convertido en corriente cultural, sintetizó su postura con el lema “Peace and Love”, Amor y paz.

El hipismo parió gritos de vida, movilizaciones, canciones y su influencia cubrió al mundo occidental. ¿Que hicieron ante eso los gobiernos? Reaccionar con violencia más o menos contenida, según el pueblo al que se enfrentaban. El espíritu bélico mundial se calmó, muy poco por las protestas y un mucho porque “el sistema” se asustó al ver que la humanidad estaba a un paso de la destrucción atómica. Optaron entonces por calmar a la opinión pública cediendo un poco y luego haciendo mutis.

Pero el sistema tiene intereses tan perdurables como la amenaza de un conflicto mundial. Rusia en Ucrania, Israel en Palestina, y Estados Unidos luchando con toda su fuerza por no perder el control absoluto, son las mechas que hoy pueden detonar una guerra mundial. El escenario ante el que estamos hoy, sin embargo, es mucho peor que el que vieron los hippies en los sesentas.

¿Dónde quedó la inteligencia humana? La palabra “razón” ya no se refiere al intelecto, sino a los pretextos que se enarbolan para destrozar al despreciado. Digo pretextos porque, en el fondo, todas las guerras se mueven por motivos económicos: las religiosas, las políticas, las étnicas, todas a lo largo de la historia han escondido su interés material tras un disfraz de muy cuestionable valor (un ejemplo extremo fue el Estado Vaticano en tiempo de los insaciables Borgia).

La gota que derramó el vaso en la guerra de Vietnam fueron las escenas que vio el pueblo estadounidense por televisión, en vivo, de sus soldados en plena brega. Claro que antes se habían difundido otras de vietnamitas abatidos por las balas gringas, pero esas no conmovieron a la tele audiencia doméstica. La opinión pública se adjudicó el fin de esa guerra, cosa que le pareció un triunfo humanitario, pero el hecho de conmoverse sólo ante la muertes de connacionales, y no de los enemigos, en realidad representó el fracaso de la especie humana.

Toda guerra es estúpida. El vencedor y el vencido terminan derrotados al haber caído en la sinrazón de provocar un dolor indescriptible a propios y extraños, a soldados y a civiles, a culturas enteras sólo por aferrarse al dinero, que representa el “triunfo”. Sí, en esto soy terco: todas las guerras son por intereses materiales, aunque a las sociedades se les inspire con banderas tan absurdas como la superioridad mundial de la raza aria, los mandatos de un dios discriminante y cruel, etcétera. Y las consecuencias perduran, como vemos en este México nuestro todavía tan conquistado por España.

Los pretextos más socorridos de la guerra son nacionalismo, etnia, religión, política, ideales, costumbres,… puros argumentos etéreos que provocan un dolor concreto, real, hondo, perdurable y masivo, camuflajes que esconden el verdadero motor: lo material. Basta un recorrido por las imágenes que hay en internet sobre el dolor de las guerras de la historia para darse una idea -muy cómoda, hay que decir- de la inmensa tragedia inhumana que siempre ha sido la guerra.

La estupidez llega a grados extremos. Nos decimos muy preocupados por el efecto invernadero que, originado por la inmensa contaminación que no dejamos de provocar, un día evitará que los rayos del sol calienten la tierra. Lo siguiente será el avance de los cascos polares hasta que cubran todo el planeta, acabando con plantas, animales y humanos; sólo sobrevivirán microorganismos unicelulares, pues el hielo durará millones de años.

Pero si se desata una guerra nuclear, el efecto invernadero se dará en poco tiempo y el aniquilamiento será el mismo (pero “inmediato”, en la escala del tiempo cósmico), sin importar quién lance la primera bomba. Pese a eso, el mundo acumula armas suficientes para destruir varias humanidades en una sola batalla, sea ésta por motivos políticos, étnicos, religiosos o abiertamente materiales.

Los hippies nos dieron la receta: “Amor y paz”. Hoy escucho que la metáfora del Anticristo no se refiere a una persona sino al dinero, imperio del horror.

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